miércoles, 16 de enero de 2013

Yo también veía Oliver y Benji...dos capítulos para pasar del medio campo con una pendiente del 85 por ciento!




¡Dios mío, han vuelto y con más fuerza que nunca! ¡Son los 80 y sus generaciones perdidas!

Recuerdo las J'Hayber grises, míticas, imposibles de conjuntar con otra cosa que no sea el chándal de los domingos (de terciopelo azul y con goma en los tobillos), la camiseta del Real Madrid de la temporada pasada y los calcetines blanco-inmaculado recién sacados de la bolsa.
Y a la relación íntima, basada en la introducción y frotamiento, de un boli Bic y una cinta del walkman que necesita ser rebobinada. Y algún listo, esclavo del Mp3 preguntará con sorna:

- Pero bueno, ¿es que vuestros guálman no tenían botón de rebobinado?
- Sí, niño gili, pero tú no tienes ni idea de la cantidad de pila que eso come...

Ah, las pilas... esos cacharritos de usar y tirar que jamás nadie consideró nocivos y que se tiraban a la lata de la basura mientras abrías otro paquete perseguido por tu madre recitando la lista de precios de las pilas en los cuatro supermercados del barrio seguida de la frase "Claro, como tú no lo pagas...¡Ay esta juventud!". Ahora se ríen cuando ven por la tele a los Ni-Ni ésos. ¡A mi madre les daba yo!

En febrero daré una fiesta en mi casa ambientada en los 80, requisito indispensable asistir vestido para la ocasión (que no disfrazado; yo he visto a la gente ir así por la calle) y recordar aquellos mitos simpatiquillos como Rita Irasema, Miguel Bosé en leotardos, por supuesto los Alcántara (ya vivían en el mismo bloque que Alatriste), los Caballeros del Zodiaco, Chicho Terremoto (hoy en día la serie sería retirada por atentar contra los derechos de la mujer, encarnada en Rosita), Vip Noche presentado por Emilio Aragón, los incombustibles Martes y Trece, la Cicciolina...

¡Ay los ochenta! Esa década ha visto nacer a las últimas generaciones de personas normales, que jugaban en la trasera de casa y se llenaban de heridas (¡bendita Mercromina!), que sacudían un poco la tierra pegada al bocadillo de queso cuando se les caía al suelo, que han sabido lo que es que un jubilado aburrido te quite el balón de fútbol (¡y se lo lleve a su casa!) y te prohíba jugar en el parque; aquellas peticiones insidiosas de las madres: "Saca la basura" a las diez de la noche y cayéndote de sueño, los platos de lentejas que has tenido que comer porque no había otra, los columpios y su olor a metal viejo, las Spice Girls (más bien de los 90, pero bueno, son míticas igual) y los profesores que llaman "dar un cachete" a endilgarte un bofetón como un sol.

Ya no hacen falta botones para los aparatos, el pequeño electrodoméstico ya no se arregla, se tira directamente, todos tenemos lavavajillas, la mitad de la gente con la que hablo no se ríe cuando digo "Encarna, empanadilla de Móstoles" y los pantalones no llevan parches de Hello Kitty en las rodillas. Pero siempre nos quedarán los Alcántara, las versiones de Oliver y Benji (gracias de todo corazón)