martes, 26 de junio de 2012

Qué personajes...

¡Vaya por Dios! Ahora va a resultar que todas las españolas llevamos unas castañuelas en el bolso y vestimos de lunares...

Sí, ya sé que es la idea recurrente en este mundo, que todos los españoles somos, en mayor o menor medida, maestros del cante flamenco, guitarristas consumados y grandes cocineros de tapas y tortilla de patatas. Pero yo trato de erradicar esta absurdez, como imagino que intentará del mismo modo "Españoles por el mundo", sin éxito por cierto.
No llevo ni un año en este país y ya he visto actuar a un cantaor, el guitarrista y su grupo de flamencas (ninguna de Triana, por cierto, ni de lejos) en una fiesta organizada para tener cohesión con el resto de nacionalidades, mientras yo me preguntaba, en una esquina, quién me iba a cohesionar a mí. En la misma fiesta, un tal Paco se ocupa de la restauración, viendo por primera vez en mi vida (perdóname Ferrán, es posible que exista pero no me hago a la idea) una paella con salchichas, o una tapa de salchichas con patatas (fritas, no la cazuela de salchichas con patatas y vino que tanto amamos) en un plato como una rotonda de grande.
A todo esto, casi todas las mujeres que asistieron a la fiesta se habían calzado el disfraz de andaluza de cuando tenían doce años, creo, menos una de ellas que iba vestida de baturra (gracias, no lo olvidaremos. ¡Valiente!) y que puso la nota realista al jolgorio.
Mientras tanto, la mitad de los españoles veíamos a los de las demás nacionalidades disfrutar viendo taconear a todo el mundo y yo, con mis zapatillas marrones y mi aversión a lo flamenco, consumía cervezas en vasos de plástico mientras me preguntaba por qué perdemos la vergüenza con la edad.
Otro vaso de plástico rebosante de San Miguel (no he viajado dos mil kilómetros para beber Mahou ni San Miguel, pero bueno) y el panorama continúa igual. A todo esto, no hay que olvidar la recua incesante de niños que son los que verdaderamente disfrutan de estas cosas, con sus gritos (son niños, por si no se había dado cuenta, oiga), sus risas y su tremenda capacidad de observación.

Llega el momento de notar cómo mi bazo se resiente por la alegría acumulada durante la deliciosa reunión y nos retiramos a nuestra humilde morada deseando coger la bici para poder evadir nuestras mentes de semejante despropósito internacional. Luego dicen que los españoles somos ruidosos y no me extraña, porque en ocasiones me doy cuenta de que han venido a confluir aquí, justo a mi ladito, un montón de personajes que no sé ni cómo clasificar. Hablando de clasificar, enhorabuena a los muchachotes de la Selección, me han dado una alegría tremenda, y que conste que yo no estaba entre la gente que fue a ver el partido a un bar de por aquí y silbó enloquecida mientras tocaban La Marsellesa, porque si lo hacen en España, los echamos a patadas...