domingo, 27 de noviembre de 2011

La navidad... ¡qué simpatiquilla!

Esperando a que comience la Navidad, que por estos lares es todavía más navideña si cabe, con sus abetos naturales, sus renos expuestos por las calles con bufandas, sus decoraciones dignas de las películas de Daniel el Travieso... Pero eso no es todo: en este pueblecito en el que vivo, en la más absoluta frontera con Alemania, tengo el placer de ver la realidad de esta zona de Francia: los habitantes de estos pueblo limítrofes que en su día ostentaron la nacionalidad alemana en realidad nunca la han abandonado, sino que hablan alsaciano (una variante local del alemán), visten como alemanes, tienen apelllidos alemanes y beben cerveza en vez de comer cruasanes. En los restaurantes te encuentras platos con nombres como "Frikadellen", "Sauerkraut" o "Käsewindbeutelchen" al lado de algún que otro cordon bleu. Y es que estas zonas han sufrido mucho en cada conflicto a lo largo del siglo veinte: todo les ha tocado a ellos, que si apoyaban a Alemania, mal; pero si lo hacían con Francia eran traidores a su bandera; sin embargo, las represión del gobierno francés fue terrible... esta gente está hartita de que se especule con sus destinos.
Las librerías están llenas, allá adonde vayas, de libros sobre las guerras que se han librado en este territorio, recordando constantemente las terribles pérdidas y haciendo hincapié en que Francia resultó victoriosa. No sé qué tal le sentará a alguien lo bastante mayor como para que en su carnet de identidad haya figurado "País de nacimiento: Alemania", que seguro tiene que haberlos.
La memoria no debe perderse, y no lo hará: cuando recorres un museo, memorial o trincheras reconvertidas en lugar de visita, solamente te encuentras "souvenirs" (significa recuerdo a secas, aunque todos pensemos en las camisetas que nos traían los abuelos de sus viajes donde ponía "mi abuelo que me quiere mucho estuvo en Benidorm y se acordó de mí") a los muertos "pour la France" y de vez en cuando alguna cruz a los caídos oriundos del pueblo en las tres guerras (la franco-prusiana, la primera y la segunda) con apellidos como Kaiser, Walter o Heinz, que permanecen invariables durante los tres conflictos.
Los alsacianos caminan orgullosos por las calles mientras los turistas observan curiosos los monumentos. Yo prefiero alejarme en silencio y visitar sus cementerios. Las tumbas antiguas de ciudadanos ilustres se mezclan con las de soldados franceses llenas de recuerdos puestos por sus compañeros de armas a cuyo lado puede haber enterrado un soldado alemán sin más ornamento que unas letras desvaídas. Sus tumbas nos hablan de una tristeza que se lleva por dentro, llena de lágrimas que solamente se derraman en la intimidad del hogar, de generaciones enteras perdidas sin saber muy bien el porqué.
Se preparan decorando sus casas para esta Navidad como si todo lo que ha tenido lugar sobre este suelo fuera un mal sueño y pudieran olvidarlo si este año consiguen que el espíritu navideño me invada incluso a mí. Comen lo típico, preparan sus mercados de Nöel, te dan los buenos días por la calle (en francés, son muy educados) y te tocan el "Que viva España" en los restaurantes.
Ya quisiera yo que la gente de mi país fuera la mitad de feliz que ellos, después de todo lo que han pasado los pobrecicos. Creo que la frase que nos decían los abuelos cuando no queríamos comer empieza a tener sentido: "eso es porque nunca has pasao hambre"... puede que al fin y a la postre sacar enseñanza de la adversidad sea un ejercicio obligado para no cometer los mismos errores una y otra vez. Afortunadamente, hoy en día, no hay visos de que la situación sea susceptible de enormes cambios que afecten directamente a este pueblo alsaciano sufrido y paciente. Esperemos que así sea por mucho tiempo.